martes, 9 de febrero de 2010

Encrucijada

Hace ya más de dos semanas que terminé el último examen de oposiciones que me quedaba. Como de costumbre la he cagado en el último momento y tengo más bien pocas ilusiones de conseguir una plaza, lo que dada la situación económica que vive el país y la bancarrota en que se encuentran nuestras administraciones públicas, me condena casi irremisiblemente a un año más de paro.

Y esto por que pese a ocupar plaza en cuatro listas de interinos, 3 de la Junta de Andalucía y una del Estado, tras haber aprobado sin plaza las correspondientes oposiciones, (sí, compañeros, cuatro aprobadas sin plaza en un solo año, lo que se dice un auténtico mediocre), hace unos días nos desayunamos con la noticia de que el gobierno del ínclito ZP ha decidido no realizar ninguna contratación durante el año 2010 para reducir el gasto público en 50.000 millones de euros.(si que ganan bien estos funcionarios debe pensar el transeúnte al que engañen con este supuesto recorte).

La realidad es que no van a contratar a los que sacrificadamente hemos dedicado algún que otro año de nuestra vida a fagocitar y metabolizar los pétreos e inútiles temarios impuestos como obstáculos para el acceso a un puesto que no necesita ni la octava parte de lo que estudiamos, perdiendo nuestro tiempo, nuestro dinero, y en muchos casos el cariño de nuestros familiares y amigos a los que abandonamos para enfrascarnos en nuestros apasionantes temas de oposiciones, algunos santos, incluso, compatibilizando dicha atrayente tarea con su trabajo cotidiano de 10 horas al día (sí he dicho 10 horas, o ¿hay alguien en este país que trabaje para una empresa y no le regale un par de horas al menos al día a su jefe para que no se cabree y le amenace con putearle hasta que renuncie a su indemnización y se vaya a la puta calle?).

Mientras tanto, lo que estos tahúres no le han dicho a los ciudadanos es que no van a contratarnos a nosotros, pero que sí van a seguir contratando asesores para que les iluminen y ayuden a desbrozar ese arduo camino de la crisis, y a encontrar las soluciones que en los últimos seis años no han conseguido descubrir. Todos ellos claro está, a tres mil euros por barba al mes como mínimo, que ser asesor es muy duro. También seguirán contratando a sus hijos, sobrinos, compañeros de partido y demás militantes, otros simpatizantes que les caigan simpáticos, queridos, de ellas y de ellos, queridas, de ellos y de ellas, y demás fauna afecta a las siglas que manan leche y miel. Y para ello nada mejor que crear 4.000 empresas públicas entre unos y otros, (léase comunidades autónomas, ayuntamientos, diputaciones) en las que no es necesario pasar por el filtro de un examen, y donde simular un proceso selectivo es tan fácil como pedir al INEM más próximo que te envíe tres candidatos para un puesto entre los que está el afortunado hijo, sobrino, simpatizante, querido o querida de turno.

De esta forma tenemos una administración pública desasistida de verdaderos profesionales y llena de inútiles y comisarios políticos, que duplica las necesidades de personal, que condena a los que de verdad saben y quieren trabajar a la inactividad y el tedio, y que está sangrando los bolsillos de esos pocos españoles que tienen el privilegio de trabajar esas diez horas para un desalmado que cada día les recuerda que si tienen quejas se las pasen al liberado de UGT o de CCOO, que como todos saben está de vacaciones en Cuba estudiando el estupendo sistema de Seguridad Social de los hermanos Castro S.A.

Y entretanto, mientras preveo que voy a vender para sobrevivir los próximos doce meses o hasta que encuentre un trabajo de esos de mierda que me acabe de deslomar definitivamente y dejarme en una silla de ruedas, los españoles siguen en sus casas, disfrutando del toque celestial de CR9, ese producto de marketing con cara de guaperas cazurro de pueblo, que gana 90 millones por pegarle patadas a un odre de cuero hinchado por que según cree él, y la mayoría de los esclavos españoles que lo ven desde su sillón, se lo merece.

Y la pregunta que me surge es, ¿merece la pena tanto esfuerzo?